Jojutla: un día de búsqueda en la fosa común donde el estado desapareció más de 85 personas
Ciudad de México
20 de octubre de 2022
Texto y fotos: Gabriela Espejo.
Si empezamos por el principio, hay que contar qué nos condujo hasta Jojutla, Morelos
El 17 de octubre se reabrió la fosa de Jojutla en el estado de Morelos, donde en 2017, se habían encontrado 85 personas desaparecidas. ¿Cómo es un día de trabajo en la fosa y qué esperanzas, diálogos, caminos se tejen mientras se busca? En este artículo contamos un poco de esto.
Sobre la carretera se abre una pequeña pendiente de terracería, que conduce a la puerta del Panteón Municipal de Jojutla. En el horizonte, el paisaje de montañas tupidas de verde rodean las tumbas, adornadas con flores que dejan familiares y amigos. Mientras tanto, hacia el fondo del terreno, se van colocando unas carpas para comenzar las labores de exhumación. Se trata del primer día de trabajo en una fosa común de Jojutla, donde, por segunda ocasión, los colectivos en búsqueda de Morelos intentarán regresar a casa a las personas que fueron desaparecidas por el Estado, cuando se les inhumó de manera irregular en este lugar.
Este segundo periodo de trabajo es la continuación de uno primero realizado en 2017 en el que, tras la lucha de distintos colectivos, se abrió la fosa irregular ubicada en el panteón Pedro Amaro, donde, según indicó la representante de la Comisión de Búsqueda del Estado de Morelos, se identificaron 85 personas. De todos ellos, se han hecho ya las carpetas de investigación y los perfiles genéticos, aunque sólo se ha podido identificar a una persona según las declaraciones de Alejandro Cornejo, Fiscal Especializado en Desaparición de Personas del Estado de Morelos.
La historia que condujo a este lugar se remite a otra fosa identificada en el mismo estado, en Tetelcingo. Ahí fue enterrado Oliver Wenceslao Navarrete Hernández, a pesar de que había sido identificado por la familia, que había solicitado su entrega. Su madre tuvo que luchar para que este y otro cuerpo fueran recuperados de la fosa, y una vez que lo logró, en 2014, la familia pudo registrar que “había decenas de personas más sepultadas como ‘no identificadas’” sin el debido proceso.
Dos años después, la verdad se había desnudado, puesto que se encontraron 117 cadáveres más, algunos enterrados con evidencia importante y necesaria para que pudieran ser encontradas y de los cuales 34 no tenían ni si quiera una carpeta de investigación, según el informe final de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Los cuerpos hallados en Tetelcingo, además, mostraban indicios de tratos crueles y degradantes que todavía deben ser investigados. Pero también abrían el espacio para nuevas denuncias. Poco a poco se fueron recibiendo noticias anónimas sobre que la fosa irregular de Tetelcingo no era la única. Sonaba ya el nombre Jojutla.
Por esto y gracias a la presión de los colectivos, hacia el cierre de la exhumación en Tetelcingo, Enrique Guadarrama López recomendó, a nombre de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, iniciar un proceso similar en el panteón Pedro Amaro, de Jojutla. Lo que se encontró fue mucho peor de lo esperado por las autoridades, que vaticinaban el hallazgo de 34 cuerpos. 85 fue el número no concluso, porque la excavación reveló que la fosa era mucho más grande de lo previsto. Todos los lunes, entonces, distintos colectivos se manifestaban para reabrir la fosa de Jojutla y para lograr la identificación de las personas que se encontraron en 2016 y 2017. Fue este lunes, 17 de octubre de 2022, que por fin las familias pudieron entrar de nuevo al Panteón Pedro Amaro.
Los diálogos y los acuerdos
Unas pequeñas vallas metálicas delimitan el espacio de trabajo y, a los lados, hay mesas y sillas dispuestas para los distintos actores. Los letreros indican: colectivos, ministerio público, prensa. Todas y todos comenzamos a acomodar el lugar. Las familias saben que estarán mucho tiempo ahí y, para ello, llevan agua, víveres, materiales. El día, además, anuncia ese calor propio del estado, que por momentos, sofoca.
Poco a poco, las vallas van revistiendo las mantas de los distintos colectivos: Regresando a Casa Morelos, Familias Resilientes Buscando a sus Corazones Desaparecidos de Morelos, Desaparecidos Tetelcingo y Jojutla Morelos, Víctimas y Ofendidos del Estado de Morelos, además de la Red Enlaces Nacionales y la Brigada Nacional de Búsqueda. Todas llevan los rostros de los seres queridos que nos hacen falta, y en medio del bullicio y de los abrazos de quienes se reencuentran, algunas compañeras van de un grupo a otro para coordinar la conferencia de prensa.
De manera simbólica, Gaby, del colectivo Regresando a Casa, carga entre sus manos una cadena hecha con clips de mariposa. Cuando es su turno, junto con Tranquilina, la jala, la fuerza y la rompe: “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos, y romper toda clase de yugo”, rezan. Se trata de una cita de la Biblia, con la que también se da inicio a un ayuno público que propuso el eje de iglesias y comunidades de fe de la Brigada Nacional de Búsqueda para crear “las condiciones para reflexionar” y para que se escuchen “las partes buscando el bien común y la verdad”.
Las compañeras y compañeros entregan una hoja de acuerdos a la Fiscalía del Estado y le exigen garantizar “la dignidad humana de las víctimas que esta búsqueda histórica se merece”. Por otra parte, Amalia, integrante del colectivo Desaparecidos de Tetelcingo y Jojutla Morelos, reclama la presencia de un observador de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. “Cuando hay acuerdos y no los respeta la Fiscalía”, dice, “hay desconfianza en los colectivos”. El diálogo entre ella y las distintas autoridades refleja cómo han sido las negociaciones: llenas de “barreras y resistencias”, según el propio comunicado de las familias. Los colectivos saben que su papel es observar e impulsar que los errores cometidos en el pasado no se vuelvan a repetir.
Mientras tanto, la Fiscalía asegura que, en esta ocasión, no parará los trabajos hasta que se hayan registrado todos los hallazgos de la fosa.
¿Cómo son las labores de exhumación?
El espacio de trabajo se divide en tres: aquel en el que se hace la cala, es decir, se va excavando para obtener nuevos hallazgos; uno más en el que se va cribando la tierra, para asegurar que entre la graba no se descarte ningún resto óseo, y un tercero para tratar los hallazgos y resguardarlos. Un pizarrón, que da hacia las mesas, indica fecha y hora en que se van encontrando los tesoros (como le llaman los colectivos a los restos localizados), así como el número de la carpeta de investigación a la que se les vincula.
Un grupo pequeño de mujeres se dispone a entrar: llevan mascarillas, guantes, un overol y protección para sus pies, también una tabla para apoyarse, hojas y plumas para registrar lo que van viendo: además del registro oficial, es ya un conocimiento práctico de las familias que es necesario hacer su propio registro, civil y autónomo, para garantizar el trato digno que los colectivos reclaman.
Por otra parte, se destina un área para tomas de material genético, una más para procesar las nuevas carpetas de investigación que pudieran surgir, otra para atención psicológica y una última para mostrar los álbumes de fotografías de las carpetas que ya existen para que las familias puedan localizar entre ellas a sus familiares desaparecidos. Los colectivos, por su lado, llevan sus propias fichas de documentación para llenarlas en caso de que nuevas personas que busquen a un ser querido se acerquen a pedir ayuda.
Lorena: una buscadora que espera encontrar a su hermano en Jojutla
Entre las mujeres que participan en los trabajos, está Lorena Reza, quien, antes de entrar dice: “voy a recuperar a mi hermano, porque aquí me lo enterraron”. Una vez que está lista, las mujeres a su alrededor le aplauden: “¡Ánimo, Lore! ¡Ánimo!”. En entrevista, Lorena cuenta que su hermano, Juan Carlos Reza Garduño desapareció en septiembre de 2007 y que, como los registros indican que en la fosa hay personas enterradas desde 2006 a 2013, ella tiene esperanzas de encontrarlo en este lugar. “Toda la semana he estado con angustia, con desesperación, son muchos sentimientos. Puede ser que mi hermano no esté ahí; es incierto, pero yo pienso que puede estar ahí”.
Lorena está apuntada para supervisar la zona de embalaje, donde debe anotar todo lo que observe mientras se guardan los tesoros en las bolsas para después conducirlos nuevamente al panteón.
Además, cuenta que tuvieron noticias sobre la fosa de Jojutla gracias a denuncias anónimas en las que distintas personas contaron cómo se horadó la tierra con una retroexcavadora y cómo llegaban camionetas a dejar los cuerpos en bolsas.
Ella retoma las palabras del Padre Arturo y explica: “llevamos 15 años de ayuno espiritual, desde que desaparecieron nuestros seres queridos, y se siente entre bonito, tristeza, orgullo, no sé, poder entrar, poder estar ahí”. Ella tiene la esperanza de que, en esta ocasión, la Fiscalía contribuya a que “todos los que encontremos aquí realmente regresen a casa”.
Tejer la dignidad
La Comisión de Búsqueda del Estado de Morelos explica que se va a explorar un área de tres metros de profundidad y de un metro por cada lado. Sobre las doce de la tarde, se pide a la fiscalía que pare los trabajos con la retroexcavadora porque se está llegando a los primeros hallazgos. Las observadoras, integrantes de los colectivos, informan que algunas de las bolsas están rotas y que los restos óseos están muy frágiles, por lo que el trabajo que viene a continuación debe hacerse con sumo cuidado. Además, descubren que la cala tiene que extenderse un metro hacia los lados para poder exhumar dos bolsas más que encuentran en lo excavado hasta el momento.
Mientras tanto, otra parte de la lucha se va tejiendo entre las mesas de los colectivos. Hay conversaciones de todo tipo: sobre el sentido del ayuno, sobre cuestiones cotidianas, sobre cómo seguir avanzando en la organización. A sabiendas de que está también por llegar una segunda intervención de la Brigada Nacional de Búsqueda al estado de Morelos, hay muchas esperanzas de poder consolidar un modelo de intervención que sirva después para replicarse en todo el país y frenar la desaparición. Un aspecto nodal es el de la identificación, que es, hoy por hoy, el gran pendiente del Estado para que las desapariciones no queden impunes.
Mientras platican de ello, las buscadoras, además, van tendiendo sobre un mecate telas con tejidos: “te buscaré por siempre”, “te extraño”, “no voy a parar hasta encontrarte”. Son lienzos que las mujeres bordaron en 2017 y que hoy de nuevo nombran la memoria. Después sacan agujas, hilos y nuevos paños y todos nos sentamos a bordar. Una mujer, Esperanza, me enseña una puntada sencilla: “aquí se borda dignidad”, escribo. Y después me cuenta su historia.
Esperanza: ¿por qué tiene sentido organizarse?
Esperanza era una maestra de todos los niveles, ha enseñado a niños de kínder, de primaria y secundaria. Lo que más le gustaba, al parecer, era enseñar a hablar inglés. Ella cuenta cómo le daba unos matamoscas a sus estudiantes y representaba frases con dibujos. Cuando las decía en voz alta, las niñas y los niños debían pegarle con el matamoscas al dibujo que mejor las representara: “Mario eats a hamburguer”. ¡Zaz! Con el tiempo, se hizo de experiencia y abrió su propia escuela en la que atendía niñas y niños de guardería, preescolar y primaria. Sin embargo, su hijo Emilio Ignacio Zavala Sánchez desapareció el 21 de abril de 2020, cuando ya la pandemia de Covid-19 se apostaba en México. Él fue visto por última vez en Chacahua, un lugar que, por su belleza, es un destino turístico del estado de Oaxaca.
En su brazo, Esperanza tiene todavía los trazos recientes de un tatuaje que dibuja una playa con una puesta de sol y abajo el nombre “Emilio”. Ella me explica que su hijo amaba el mar y que, de hecho, ella ya había bordado otro tejido al que le había incrustado conchas y que ahora se encontraba en una muestra artística internacional. Conversamos mucho acerca de lo difícil que es romper el terror, de cómo sospechamos que en esa zona hay muchas más personas desaparecidas de las que no tenemos noticias, porque quienes habitan esa zona todavía no hablan. Tal como lo dice un poema escrito por ella sobre Chacahua “sus rocas gritan y callan”.
Después de la desaparición de su hijo y en medio de la pandemia, Esperanza cerró su escuela, vendió todo el mobiliario y se ha dedicado a buscarlo desde entonces. Justamente fue ella quien recibió a la única familia que llegó ese día a denunciar una desaparición. Los abrazó y les recomendó algunas medidas para buscar y protegerse. Por eso, me hizo tanto sentido cuando le pregunté por qué ella se organizaba en un colectivo tan lejano al lugar en el que desapareció su hijo. “Aquí aprendo”, me dijo, “y me siento útil. Además, yo sé que cuando necesite ayuda, mis compañeras me van a apoyar”. Ella me explica que no encontraba ningún sentido estando sola, pero que lo ha recuperado arropada del colectivo, y conforme vamos rematando los últimos puntos, la jornada de trabajo también cierra.
La organización, así, también se va tramando en esta serie de gestos íntimos, de informaciones y diálogos y conversaciones en las que también cabe que una maestra, con toda la sencillez del mundo, explique que se reencontró organizándose con otras y otros para construir la paz.
En el pizarrón, se consigna el hallazgo de una persona y la apertura de una carpeta de investigación, pero las familias saben que se encontró un poco más. Además, intercambian su parecer sobre el desempeño de la fiscalía. Amalia comenta rápidamente que logró que la Comisión Nacional de Derechos Humanos lleve un representante al día siguiente, pero hay inquietudes sobre la delimitación del terreno por explorar, sobre todo, por las bolsas que se encontraron a los lados de la cala. La labor de revisión y presión a la autoridad para encontrar verdad y dignidad para quienes han sido desaparecidas y desaparecidos en esta fosa de Jojutla continuará en los siguientes días. Es importante, entonces, que más gente de la sociedad civil les acompañe.
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